AMOR, VIH Y CABALLOS

La segunda vez que me enamoré tenía 16 años. Era un skater sirio, que fumaba porros y escuchaba canciones indie. Yo estaba en una cafetería estilo árabe chuleando con una cachimba y un gorro de lana -ahora, ya como adulta, pienso que ojalá alguien me hubiera gritado PUTA SUBNORMAL LOS GORROS SON PARA LA NIEVE, NO PARA ESTA CIUDAD DE GUIRIS- y de repente el chuleta entró y como si un rayo me atravesara, alguien me diera un guantazo, o el mismísimo Cupido me metiera su pichurrita, yo ya estaba agilipollá. 

Mi madre al saber que el tío era de Siria me preguntó ¿pero es negro? Yo ya no sé si pensé o respondí No mamá, no es negro. ¿Importaría que yo fuera lesbiana? 
Ella tiene esa extraña mezcla natural de inocencia, psicopatía tierna y bocachancla, acompañada con una carita de ángel y de yo no he roto un plato en mi puta vida en todo caso lo habrás roto tú, cabrón que a nadie deja indiferente. Pero tiene esa flor en el culo de las guapas y se le perdona todo. Ella es así, cascarilla de por vida.  Este verano llegó a decir, mientras daba saltitos dentro del mar para no mojarse el pelo, que en Torremolinos había demasiados homosexuales (esto último lo dijo muy, muy bajito, dándole un toque tremendamente confesional y tierno para que ningún maricón, creo yo, le diera un buen guantazo ). Lo justificó con experiencias en primera persona: cuando tu hermana y tú erais pequeñas, solíamos llevaros a una playa preciosa, pero llegaron los homosexuales y entonces todo cambió. También dice que cuando viajó a Tailandia todos sus habitantes eran naranjas (imagino que se referiría al color de la piel). Me la imagino tocándoles la piel, como le hacían a Anck-Su Namun en la película de la Momia, para comprobar si iban pintados o eran de una raza diferente a la suya. Después de decirle que el chaval no era negro se quedó mucho más tranquila. Se quedó tan tranquila que ya luego nunca le importó con quien perdí la virginidad, si usaba condones, había contraído alguna ETS o si había abortado. 

Lo cierto es que muchos, muchos, años después, me lié con un negro de pura cepa. Estaba cieguísima y empecé a hacerme la quiromántica. En vez de comprarle una cerveza acabé agarrándole la mano y diciéndole cuando has sufrido, has sufrido muchísimo. Imagino que eso vale para cualquier persona de la calle que se gana la vida con un ¿quiere cerveza?, pero para él, yo fui especial. La cosa duró poquito. A una parada de mi casa me rallé y le dije que no quería que me acompañara. La verdad es que pensé que me iba a pegar el VIH o no sé yo que cosas -a veces he llegado a creer que fue mi madre, ya que en la familia todos dicen que ella es medio bruja, quien me poseyó con un atrás negro, atrás- y le dije o te bajas tú o me bajo yo. Las cosas claritas, eso siempre, aunque también siempre tarde, joder. Estuve toda la puta noche mareando la perdiz con que si tu mano no sé qué, que si tu mano no sé cuanto; en vez de haber cogido al toro por los cuernos y haberle metido lengua en el primer momento que tuve ocasión. Si hubiera sabido desde el principio que su lengua era como un lenguado y que, al ser tan enorme y no entrarme en la boca, me babearía toda la cara, por puro asco, me hubiera importado una mierda su pasado y su pueblo. Le hubiera comprado la lata y a otra cosa mariposa. Pero bueno, tampoco acabó tan mal.  No como en la ocasión en la que un vagabundo me prestó su guitarra y me dijo que cantara. Ni él ni yo sabíamos a lo que nos exponíamos. Yo iba como las Grecas y no tenía ningún tipo de filtro: improvisé las letras inspirándome en su genio y figura. De verdad que ni ahora ni entonces supe muy bien que le dije, pero mis versos le ofendieron tanto que me arrancó la guitarra de un zarpazo, me dijo puta zorra malvada y empezó a lanzarme patatas fritas. Yo también pensé que era la peor persona del mundo (no como la petarda de Julie, interpretada por la Renate Reinsve, que lo que es es una puta egoísta pero que está tan buena que con tal de follártela le aguantas cualquier gilipollez). Después seguí bebiendo y se me pasó.

Siempre acabo o enamorando a los borrachos de la noche o arriesgándome a que me den una paliza. No sé como lo hago. Quizás siendo yo misma, y si encajamos pues hala, al catre; y sino, pues hala, te mato. Un holandés llegó a decirme que yo era su tesorito, que era maravillosa, que era increíble, un milagro que nos hayamos encontrado. La noche siguiente, como me vio con otro tío en otro bar, me mandó un sms diciéndome que era una puta como cualquier otra y que me olvidara de él para siempre. Me sentí sucia. Más sucia que sus dientes y su cabeza grasa y calva (en mi defensa diré que por la noche todos los gatos son pardos y que este llevaba boina. Además, iba de negro, le gustaban los Kinks y me invitó a una Leffe. ¿Qué podía hacer yo?) 

Ya he dejado de buscar el amor en los bares porque siempre hay muchas complicaciones. Él tenía novia, tú la regla y ninguno condones, etc. Y siempre tienes que volverte del quinto coño a tu casa con una resaca monumental y con técnica avanzada de respiración para no vomitar en todos los arbolitos que te vas encontrando en tu paseo infernal. No, thanks, no more. Bueno, eso digo ahora que estoy con antibióticos y no puedo beber alcohol. Gracias bacterias por hacer de mí una persona íntegra y respetada, que no se baja las bragas a la primera de cambio, que está aquí escribiendo y corrigiendo lo que escribe sintiéndose una mujer de provecho (que en realidad busca desesperadamente un rollete para esta noche, un príncipe que se enamore de su prosa y no de su aguante con la bebida, que se tenga que buscar mañana por la mañana la vida para volver a casa y no ella, y que, además, pueda tratarlo como a un pañuelo de seda después de una paja. ¡Dilo ya puta zorra malvada!

No sé qué diría mi psicólogo de estas palabras. Quizás lo justificaríamos todo bajo el término de la -tachán, tachán- disociación. Ojalá me hubieran dicho enferma mental en vez de puta guarra tantas veces. Es una pena que mi psicólogo esté casado y que yo sea tan pobre. ¡Oh, cuanto te quiero Jung! ¡No, cuánto te quiero yo Sabina! Fijo que me he liado con muchos locos sin darme cuenta, como aquél holandés pelirrojo que quería que lo hiciéramos tirándonos pedos -no, muchas gracias caballero. 

Me parecen muy divertidas las noticias de personas que mueren aplastadas por caballos al intentar mantener relaciones sexuales con ellos. Por otro lado, no sé si mi madre me frenaría con su vudú del perejil y los ajos secos por el váter si yo me empeñase en que me montara un caballo. No sé porqué me da que solo me protege de los negros y de los naranjas y que más me vale no beber si estoy de fiesta en un club hípico. 

I've been through the desert on a horse with no nameIt felt good to be out of the rainIn the desert you can't remember your name'Cause there ain't no one for to give you no painLa la la la la la...

Bueno después de toda esta vomitona me voy a dormir, espero no soñar con ovejitas. 

Fdo.

Marujita Desastre

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